Por Karla Motte

@karlamotte

Casualmente, mientras las redes sociales ardían por la denuncia de @plaqueta contra un taxista que le gritó “Guaaapa” en la calle, me encontré con una nota del periódico Excélsior de octubre de 1928 titulada “Disposiciones para proteger a las mujeres. Serán disueltos los grupos de galanteadores y consignados los léperos”, en la cual se dio a conocer una iniciativa del Inspector General de Policía de la ciudad de México para proteger a las mujeres que constantemente eran agredidas en las calles con “soeces galanteos” o “flores groseras”. Uoorales, yo pensaba que el castigo del acoso callejero era bien reciente y resultado de las luchas del feminismo de la terceraolaposmoderna, y recién me entero de que no es así, pues a inicios de siglo ya se había tocado el tema y las autoridades intentaron resolver el problema.IMG_7638

Sin embargo, también me llamó inmediatamente la atención un detalle peculiar. Resulta que, según el Inspector, los perpetradores de estas groserías estaban bien identificados: eran los “léperos estacionados en las calles”. El mayor referente que tenemos de esta tipología social caída en desuso, es el mismísimo Cantinflas -personaje que honró a la nación incluyendo un nuevo concepto a la RAE (cantinflear)-, quien se caracterizaba por su aspecto desarrapado y cuasi-indigente, por hablar sin parar y enrollar a sus escuchas en una perorata sin pies ni cabeza. El lépero era el marginado, que Mario Moreno retomó y caricaturizó como un tipo común de una ciudad en la que había muchísimos pobres, grandes diferencias sociales, y una serie de necesidades vitales que podían llegar a cubrirse sacando ventaja de un malicioso ingenio.

Aquella ciudad de los tiempos de la posrevolución fue centro de atención de gobernantes que veían con horror el crecimiento de la indigencia, el azote de varias epidemias y la proliferación de pobres y desplazados a quienes no les llegaba la justicia de la revolución. La ciudad era pequeñísima en comparación con el monstruo de asfalto que habitamos en el siglo XXI, pero antes y ahora las desigualdades fueron, y son, abismales. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XX, aunque reinaba una retórica que apelaba a que México llegaría al socialismo, no había empacho en hacer del aparato policiaco una fuerza selectiva en contra de los más pobres, ni de emprender iniciativas que, ahora, podríamos calificar como clasistas.

Al mismo tiempo que el Inspector declaraba que endurecerían las penas contra los léperos que gritaran groserías a las mujeres en las calles, también se anunciaba que los limosneros e indigentes serían enviados al Asilo de Ancianos y Mendigos, donde serían castigados. En la época, entonces, lo que ahora denominamos “acoso callejero” se consideraba algo directamente relacionado con la pobreza y, probablemente, con la falta de educación y de “buenos modales”.

A diferencia de 1928, ahora la tipificación y castigo de este tipo de faltas, es resultado de la presión que han ejercido las mujeres para poder transitar cómodamente los espacios públicos, gracias a un trabajo profundo de conceptualización sobre lo que significa, en términos reales y simbólicos, que en las calles se ejerza un amplio espectro de niveles de violencia contra las mujeres. Por eso la lucha contra el acoso callejero ha alcanzado consenso dentro de los feminismos, peeeero, creo que el clasismo es una dimensión que no se ha analizado con suficiente profundidad y que ahora, con el caso de @plaqueta, se puso sobre la mesa. Hay que analizarlo, discutirlo, pensarlo y también escuchar las diferentes posturas.

Pues bien, ante la legítima denuncia de un caso de acoso callejero, la avalancha de tuits y comentarios en redes sociales que desacreditaban a @plaqueta, aducían al clasismo de la víctima para “evidenciar” su incongruencia y al mismo tiempo, intentar desacreditar la existencia de castigos para este tipo de prácticas. Se decía, entonces, que el origen de la denuncia de @plaqueta era su clasismo y no el acoso en sí, y para demostrarlo sacaron tuits en los que, se suponía, se demostraba que ella podía sentirse “halagada” de que alguien con dinero, o blanco, le dijera guapa, y no de que lo hiciera un taxista. El argumento es burdo en sí -casi tan burdo como descontextualizar tuits viejísimos-, pero es interesante pensar en que se ha utilizado al argumento del clasismo para desestimar a la víctima de un tipo de violencia, reconocido y tipificado penalmente.

Yo me atrevo a afirmar que sí hay clasismo en el asunto, pero no del tipo que describen las maromas retóricas de los machitrolls que denostaron y violentaron digitalmente a @plaqueta, sino del aparato de justicia y de la interseccionalidad de las masculinidades.

Si en 1928 se decía abiertamente que los pobres eran los que acosaban mujeres en las calles, ahora es impensable que se enuncie que la justicia es selectiva. Sin embargo, tristemente todos y todas sabemos que así es. No se juzga con el mismo rasero a violentadores contumaces como Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre -quien desde su cargo de poder en el PRI contrataba, con dinero del erario, a mujeres jóvenes que le hacían favores sexuales-, que al taxista que le gritó guapa a @plaqueta, por poner solo un ejemplo. Además, hay que decirlo, la atención a víctimas también es selectiva. Si atendieron a @plaqueta, es muy probable que la razón haya sido su estatus como figura pública, así como el eco mediático de sus acciones. Selectividad y clasismo hay en ambas situaciones, pero la primera se trata de impunidad y la segunda de conveniencia. No podemos “acusar” a @plaqueta de haber recibido una atención que otras personas no recibiríamos, pues ella no fue la agente de esa discriminación: lo son las autoridades que no actúan eficientemente, que son selectivas, que se cuidan de no verse mal ante la opinión pública. Y podemos -debemos- exigir que eso cambie.

La otra cuestión es, ¿quiénes acosan en las calles y por qué? Lo siguiente es discutible, y habría que profundizar mucho en el tema para comprenderlo mejor, por complejo. Pero por la propia experiencia me atrevo a afirmar, como lo hizo en su momento el Inspector de Policía, que quienes mayoritariamente acosan en las calles, son los más pobres. Aunque en muchos espacios semi-públicos o privados, como escuelas, deportivos, clubes, antros, oficinas etc. acosan hombres de todas las clases sociales, en las calles son los masculinos de las clases bajas quienes suelen gritar cosas soeces -muy soeces-. Seguro hay experiencias desagradables de todo tipo, y en mi apreciación personal, no eximo a los ricos y blancos de ejercer violencia (quizá incluso puede ser violencia más grave, pues los hombres con recursos son los que sostienen las redes de trata, por ejemplo), pero en la cotidianidad hasta el estereotipo del albañil o microbusero que se divierte acosando, nos dice algo sobre quiénes son los agentes de esta violencia.

De la misma forma en que el feminismo ha conceptualizado las diferentes opresiones de las mujeres mediante la interseccionalidad, pienso, habría que hacerlo para las masculinidades. Ellos también son víctimas de un mundo jerarquizado y desigual. ¿Cómo el acto de acosar, coloca al violentador en un estatus superior en un mundo en el que es constantemente denostado, sobajado y oprimido? ¿Cómo opera el acoso para reivindicar una masculinidad considerada “inferior” debido a la pobreza? ¿Por qué los masculinos crean comunidad entre ellos mediante el acoso colectivo? Son preguntas que me surgen al imaginarme qué es lo que siente el acosador callejero, lo cual no pretende colocarlo ahora a él como víctima o insinuar que las mujeres hacemos mal al denunciar sus violencias, sino contextualizar sus propias opresiones y verlas también como operadoras de la jerarquización de los géneros en el capitalismo.

En los años setenta, el cine mexicano hizo del acoso sexual un divertimento cinematográfico. El cine de ficheras es un monumento a la violencia sexual contra las mujeres, y probablemente fue muy influyente para la construcción de las masculinidades de la época, que ha heredado sus resabios a las nuevas generaciones. El arrroooz de Mauricio Garcés, es acoso, lo que no implica satanizarlo o dejar de ver sus películas: siempre será un referente cultural de una época; sin embargo, sí es importante referir y criticar sus significados. Hay que decirlo, el acoso callejero es una limitante muy grave para que hombres y mujeres nos desenvolvamos equitativamente en los espacios públicos y por eso estuvo muy chingón que @plaqueta denunciara, y mejor aún que fuera por un acto que a muchos parece inofensivo o gracioso, pues así se evidenció que no hay un acoso más suave que otro, y que normalizar cualquier nivel de violencia ya es inconcebible en pleno siglo XXI. También que, quizá, el acoso no se acabe únicamente con medidas punitivas que no toman en cuenta las diversas dimensiones de los ejercicios del poder, de las desigualdades y de cómo se han construido históricamente a las masculinidades.

Publicado por interruptus radio

Emisión de divulgación de la Historia y las Ciencias Sociales.

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7 comentarios

  1. Y si está tipificado por qué no procedió penalmente entonces? La ignorancia que llevó al taxista a gritar lo que gritó también lo priva de defenderse.

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    1. Porque ella optó por irse por la Ley de Cultura Cívica, articulo 23, Fracción I que establece una multa o detención entre 6 a 12 horas por vejar o maltratar verbalmente a una persona. Al hacerlo, castigó al taxista pero se (y le) evitó el horror de un procedimiento penal que se alarga mucho e implica castigos económicos y/o carcelarios más graves. Creo que eso demuestra que Tamara no buscaba una venganza clasista ni «histérica», más bien demostrarle al señor que lo que hace es incorrecto y tiene consecuencias.

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  2. Pues yo soy pobre y no por eso me pongo a gritarle a los hombres que pasan en la calle peladeces, claramente estamos ante un problema moral no económico, mis abuelos fueron campesinos cuando había sequías eran tan pobre que tenían que comer sólo chile con torilla dura y nunca se comportaron como guarros.

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    1. Lidia: la autora no afirma que la pobreza sea la causa directa del acoso, sino parte de la problemática cultural que lo genera. Ser pobre no te hace guarro, pero sí contribuye a que quienes son guarros lo externicen sin vergüenza en las calles. No se puede negar la correlación (que, repito, no es lo mismo que «causa») entre la division de clases y desigualdad económica con la violencia doméstica y hacia la mujer. Si queremos llegar a verdaderas soluciones no debemos ignorar todas las pequeñas piedras que van rompiendo el saco.

      Saludos.

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  3. Creo que sería relevante profundizar en el tema del clasismo de las instituciones impartidoras de justicia en su variante de atención a víctimas, en este caso si se prefiere en la denuncia del acoso público y privado.
    Opino que ese es uno de los trasfondos más relevantes que recuerda el caso #LadyPlaqueta, al menos para avanzar la discusión y despersonalizarla.
    A pesar de ello, está visto que hace falta labor pedagógica en cuanto a las actitudes sexistas que se reproducen de forma inconsciente en la sociedad. Me causó asombro la gran cantidad de personas, en diversos estratos, que no encuentran problema en gritar cosas en la calle a otros que no les han interpelado en ninguna forma, y que no ven cómo eso podría ser un problema para la forma en que las mujeres usan el espacio público.
    La existencia de blogs como éste y la presencia de escritoras feministas en los medios masivos es un avance importante, pero habría que revisar qué están haciendo en ese sentido Inmujeres, Conapred, Copred e instituciones locales. Mi impresión es que no mucho, aunque tal vez esté equivocado.

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  4. Estimada Karla Motte, en el relato de Tamara de Anda, ella comenta que efectivamente fue atendida, pero no sabía que existía la posibilidad de denunciar o cómo hacerlo. Fue el policía a quien ella se acercó quien le comentó que podía proceder y cómo, y ella así lo hizo. Y esto lo creo firmemente porque personalmente me ha pasado; de la misma forma me han atendido y no soy ni artista, ni periodista ni una política famosa. Entonces tu comentario de que la atención que le dieron fue privilegiada por el hecho de ser quien es, no lo creo cierto. Fue atendida porque «afortunadamente» se topó con autoridades que sí hacen bien su trabajo, a diferencia de algunas otras autoridades que no son sensibles a estos temas.. Por otro lado, si el conocimiento y exigencia de nuestros derechos nos coloca en una postura de privilegio, eso es otra cosa, y es tan privilegio como el que tenemos de contar con estos medios electrónicos por el cual nos estamos comunicando, algo que no tienen millones de personas pobres que no tiene esa «suerte». Ahora, si las autoridades actuaron porque ella es «famosa» -esto en el supuesto que sabían quien era ella- aún así, su obligación es actuar, y así lo hicieron. Que muchas autoridades sean corruptas o poco éticas, ese es otro tema que poco tiene que ver con Tamara, ella no es culpable del clasismo que prevalece en la sociedad; ella no es culpable de que la justicia sea selectiva, ella lo que hizo fue pedir ser atendida por las autoridades y así fue.

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